Abstract:
Las prendas íntimas femeninas han sido, al mismo tiempo, enigma y fantasía. Nunca el hombre se había preocupado tanto de lo que se escondía bajo los trajes de las damas hasta que éstas comenzaron a cubrir sus partes pudendas con ropa interior. Después vinieron los corsés, los miriñaques, los polizones y, mucho más tarde, los sostenes, todos elementos que no hicieron más que alimentar el valor erótico de la lencería. Hasta que las mujeres comenzaron a preocuparse por la ropa interior, nadie le había otorgado demasiada importancia a estas prendas que iban debajo de los trajes y cumplían la única función de servir de abrigo. Pero, hacia mediados del siglo XIX, cuando la lencería comenzó a recibir atención por si misma, junto con abrirse un nuevo nicho en el mercado del vestir, se inició una polémica que se arrastra hasta nuestros días. Al principio del 1800, se introducen al vestuario femenino los calzones. Como todas las prendas de ropa interior que irán apareciendo, los calzones fueron inicialmente usados por las damas. Quienes los usaban y no los escondían, eran calificadas de atrevidas, tal como en adelante serian catalogadas todas las mujeres que osaran acercarse a lo “masculino”. No obstante, es aquí donde se inicia la valoración erótica de la lencería. Si no, como explicar que a los varones les resultara más atractivo el cuerpo cubierto que el semidesnudo y accesible. La historiadora Isabel cruz de Amenábar sostiene que “se puede plantear que el verdadero lenguaje del erotismo no es el del cuerpo completamente desnudo, sino el cuerpo vestido y desvestido”. Pero, a pesar de las incomodidades, recién en 1916 aparecerá el brassier o sostén prenda que desterrara por siempre al corsé a la categoría de lencería fetiche, también el sujetador sin tirantes fue un gran éxito en los años 50, ideal para los vestidos de noche strapless.